El interés por el llamado síndrome del impostor o impostora, no para de crecer.
Si bien no goza de una categorización psicodiagnóstica -luego veremos esto-, sí tiene muy buena prensa; tal vez porque decir que uno sufre de este síndrome significa haber alcanzado ya el éxito, aunque sin saber manejarlo.
Sea como fuere, es muy cierto que vemos cada vez más consultas de personas con altos niveles de ansiedad y sufriendo «persecutoriamente» el hecho de no sentirse merecedores de la posición que ocupan.
Puede hacerse una primera aproximación para saber si estamos atravesándolo o no:
- Frecuentemente noto que no estoy suficientemente capacitado, experimentado o «a la altura de las circunstancias» en el lugar o grupo en el que me encuentro.
- Creo que llegar a un determinado rol, cargo o reconocimiento se trata más de la suerte que debido a mis propias condiciones.
- Me siento culpable o avergonzado de haber llegado donde estoy.
- Siento o temo que tarde o temprano seré descubierto por los demás como un impostor o impostora.
El problema con este síndrome es que puede ser muy dañino en términos de salud mental, pues nos somete a un autocuestionamiento y autocrítica permanente, acompañada generalmente de un estado alterado de ansiedad, con cambios de humor repentinos y una estresante sensación de estar bajo una sostenida evaluación. Las relaciones con otras personas pueden verse afectadas ya que hay una tendencia a compararse constantemente con otras personas del entorno.
Si éstas conductas son habituales, es posible que hayas desarrollado eso que denominamos «síndrome del impostor»
¿Tiene un fundamento científico?
Hay que decir que el síndrome, en realidad, no es una enfermedad mental. Si bien no está oficialmente reconocida y no está ni en el DSM ni el CIE (los manuales de trastornos mentales más extendidos), es sin embargo, un interesante terreno de exploración psicológica desde que dos psicólogas clínicas en 1978 (Pauline Clance y Suzanne Imes) publicaron un artículo («The imposter phenomenon in high achieving women: Dynamics and therapeutic intervention») sobre este fenómeno. Esta psicóloga se percató de que muchos de sus alumnos/as tenían dudas de sus propias capacidades y no se sentían orgullosos/as de los logros obtenidos en sus estudios. Al darse cuenta de que no era un hecho aislado o anecdótico, decidió investigar este fenómeno junto a su colaboradora.
Pero el término se puso de moda especialmente desde 2010 por los trabajos y publicaciones de la Dra. estadounidense Valerie Young. Ella cuenta que este síndrome es sufrido por 7 de cada 10 personas.
Los 5 grupos en el Síndrome del Impostor (adaptado de Valerie Young)
- Individualista. Siente que si busca o pide ayuda disminuye su valía. Rechaza la ayuda.
Frase Impostora: TENGO QUE PODER HACERLO SOLO. - Experto/a. Suele pensar que no ha sido honesto/a respecto a su conocimiento y teme ser descubierto/a.
Frase Impostora: NO SOY SUFICIENTEMENTE ENTENDIDO EN LA MATERIA. - Perfeccionista. El éxito no suele ser satisfactorio, siempre piensan que lo podrían haber hecho mejor.
Frase impostora: DEBERÍA HABERLO HECHO MEJOR. - Supermujer o superhombre. No importa lo que sufra para conseguirlo, presiona para trabajar más duro y dar la talla.
Frase impostora: TENGO QUE PODER CON TODO. - Genio/a nato. Se estresa y agobia si no hace las cosas con fluidez y rapidez.
Frase impostora: DEBERÍA SALIRME TODO A LA PRIMERA.
Ahora bien, para quienes abordamos la psicología desde sus orígenes, este trastorno no resulta tan novedoso ya que fue estudiado desde mucho antes: Freud publicó en 1916 una serie de escritos fruto de sus intervenciones como psicoanalista titulado «Los que fracasan al triunfar». En ese texto cuenta el caso de como aparecían una serie de dificultades en la vida de un paciente que había alcanzado unos objetivos muy anhelados, que lo situaban a todas luces como un hombre exitoso, y sin embargo ese episodio originó el desencadenamiento de su sufrimiento psicológico.
En el fondo, la autopercepción del impostor o impostora es -básicamente- sentir que estamos ocupando un lugar que ni nos corresponde ni nos pertenece, o al menos, nos coloca en una dinámica para la que no nos percibimos capaces.
El impostor o impostora, sufre y teme por la autocrítica y el autocastigo, pero también a que se descubra ese supuesto engaño, y esto caracteriza la sensación de agobio, ahogo y agotamiento por estrés al tener que sostener esa imagen.
Comparativamente, sucede con el impostor algo parecido a lo que sucede con las personas que sufren anorexia y trastornos en su imagen corporal: por más que se encuentren muy por debajo de su peso, se perciben como personas «gordas». Esta distorsión -habitual en estos trastornos- funciona igual aquí: las pruebas o evidencias de la valía personal, profesional o las oportunidades para alcanzar una determinada ventaja o posición, son percibidas como algo que no tiene que ver con las propias cualidades.
Pensemos además que hoy día, gracias al desarrollo de la comunicación y la tecnología, tenemos -en gran parte de la población en el mundo- una constante exposición en las redes sociales. Las personas que conocemos o con las que interactuamos ¡han crecido exponencialmente! Tenemos decenas, cientos o hasta miles o millones de personas que percibimos como «jueces» de cada palabra que decimos, cada imagen que subimos, cada acción que hacemos.
Hace solo pocas décadas atrás, la competencia a la que accedíamos estaba limitada a la gente que podíamos conocer en nuestro entorno familiar, de amistades o de trabajo; ahora en cambio, nos comparamos permanentemente con figuras fuera de ese entorno, accesibles rápidamente gracias a las plataformas, y que cuentan con un reconocimiento o cualidades extraordinarias. Estamos siendo permanente invadidos acerca de personas con talentos, características o experiencias sorprendentes, y nos sentimos impelidos a tener que emularlas.
Además, hay otra sobreexigencia añadida: «estar enganchado» a la actividad e interacción permanente, es algo complejo de gestionar, más por cuestiones psicológicas que técnicas. El cambio en la comunicación nos obliga a relacionarnos, a exponernos y a tener que estar siempre mostrando lo «geniales» y «felices» que somos. Incluso el mercado de trabajo está adoptando cada vez más este formato, donde se premia a aquellas personas que están activas, diciendo algo -lo que sea- todo el tiempo para captar la atención o ser tenidos en cuenta por la comunidad. Hablamos ya de «marca personal», pasando a convertirnos en un «producto» que debe ser ofrecido y «vendido» a los demás, en todo momento y lugar.
Todo esto -que el lector bien sospechará- aumenta ostensiblemente las posibilidades de errores forzados y la espiral de la autocrítica, característica del síndrome que estamos analizando hoy.
Por ello, si te encuentras ante este tipo de conductas, no esperes y actúa preventivamente hablando de esta situación con tu entorno y con un profesional de la salud.
Artículo publicado en la columna La Puerta Psicosocial | Diario Primera Edición | Argentina