Artículo de Saxa Stefani y Eugenia Santomé
Queremos reflexionar juntos acerca de por qué a los humanos nos interesan tanto las historias audiovisuales, por qué nos gusta tanto compartir estas historias con otras personas (utilizamos como ejemplo la serie de Netflix, Bebé Reno) y cómo conductas desarrolladas como consecuencia del trauma pueden convertirse en funcionales o disfuncionales para nuestra vida. De hecho nos interesa, porque éste tipo de lecturas pueden resultar potencialmente terapéuticas.
Todos sentimos placer al poder compartir con los demás un hecho cultural que nos apasiona, se trate de pintura, literatura, fútbol o series de televisión. Y es natural que suceda así, porque lo formalmente comunicativo -un contenido o mensaje que busca ser transmitido– deja de ser impersonal para pasar a hacerse profundamente interactivo, algo que en psicología denominamos comunicación implícita.
O sea, el mensaje está significado e integrado en el emisor, en el propio proceso de comunicación (cómo se transmite) y en el receptor del mensaje. La idea central de este concepto es que cuando uno comunica, deposita su subjetividad en aquello que comunica “cargando” ese mensaje, y quien lo recibe, además de percibirlo, lo filtra de acuerdo a su propio sesgo subjetivo.
¿Qué pasa cuando compartimos estas historias? Compartimos los hechos sucedidos, pero cada uno trae a la discusión su visión subjetiva, sus múltiples miradas. La misma historia con distintos filtros.
Hay entonces un campo fértil para un tipo de charla de un registro más profundo, más allá de lo formal, donde podemos expresar más libremente lo que llevamos dentro.
En esas tertulias, discusiones y conversaciones, hacemos nuestras valoraciones, y tomamos partido. En ellas, tenemos la posibilidad de compartir situaciones con las que nos hemos sentido identificados, hablarlas (sin exponernos directamente) en un diálogo con un otro.
Este diálogo puede resultar muy sanador, aunque también puede ocurrir lo contrario: reafirmar creencias disfuncionales en nosotros. Al posicionarnos, nos subjetivizamos, es decir, damos este sentido más profundo -implícito- a la comunicación.
Lo maravilloso de estar inmerso en un trending topic (en este caso, la trama de una serie) es que nuestro mundo interno de emociones, cogniciones y experiencias puede disponer de un espacio posible para debatir un universo y un lenguaje compartido: cuando nombramos a los protagonistas, “Martha” o “Donny”, hay un otro que los reconoce y ésto nos genera complicidad comunicativa, ya sea por afinidad o por diferencia. “Sabemos” de qué estamos hablando y, en todo caso, buscaremos clarificar las ideas propias y ajenas para redefinir una determinada postura. Y en este sencillo acto de diálogo, se da un aporte y valor para la autoexploración y el autoconocimiento. Por ejemplo, comentar situaciones de la personalidad extrema de Martha o la inseguridad que sufre Donny, nos pueden servir de referencia para poner nuestras propias percepciones y patrones en relación con ellas: sentir y decir cuánto y en qué apoyamos o desaprobamos sus comportamientos y por qué lo hacemos.
Así que bienvenida cualquier actividad cultural -sea literatura, series, ópera, o video de redes sociales- que nos ponga a pensar, sentir y comunicar nuestras humanas tribulaciones.
La propuesta audiovisual de Bebé reno tiene múltiples aciertos ¡Alerta de spoilers parciales para los no vieron la serie!).
Según su autor, no es una ficción, se trata de una biografía: la sublime dirección, producción, e incluso la actuación de “Donny”, fueron realizados por quien vivió esta historia en carne propia: Richard Gadd. Además hay una cuota -algo morbosa- anadida a la serie, ya que la verdadera “Martha” fue identificada y contactada por los medios, donde denunció todo tipo de exageraciones de su historia y acciones legales contra el creador de la serie y la plataforma de distribución.
Queda bastante bien presentado lo que en psicología es una evidencia: el efecto del trauma sobre nuestro comportamiento, y como nuestras acciones cotidianas suelen reforzar y actualizar esos patrones patológicos (que también llamamos “disfuncionales”).
Por qué esto es básico en las reflexiones que hacemos y que nos aplicamos? Pues porque podemos entender la lógica de lo que parece irracional.
Analicemos juntos algunas:
- Martha busca tener una relación con Donny de una forma inmadura, basándose en chistes y comentarios informales para fantasear una construcción afectiva romántica.
- Por su lado, Donny, disfruta de los halagos constante y de la figura aparentemente incondicional que tiene de Martha, cuando él mismo se encuentra en una encrucijada en la construcción de su propia identidad sexual, personal y profesional.
- Un productor que anima a Donny a perseguir su sueño de convertirse en un comediante de éxito, después de incitarlo al consumo de drogas, y seduciéndolo -con una modalidad parecida a la de Martha- termina abusando sexualmente de él cuando está drogado. Al darse cuenta, ésto le produce además, un episodio de estrés postraumático que lo lleva a conductas autodestructivas y, eventualmente, a una depresión.
- La dependencia psicológica que se crea entre los personajes. Del lado de Martha como una fijación obsesiva borderline (al borde de la psicosis), caracterizada por emociones intensas y desreguladas, con impulsividad y actividades destructivas.
La serie retrata con bastante realismo cuestiones que las víctimas de acoso psicológico y sexual refieren en la clínica. Y abre una puerta a la necesidad de acciones de protección psicológica que podemos implementar, ya sea tomando acciones preventivas frente a los primeros indicios o sospechas de estar frente a una situación de acoso, como seleccionando a buenos mentores y terapeutas a tiempo.
No hace falta estar en un extremo -como en el caso de Donny o Martha- para considerarnos supervivientes. Supervivientes somos todos por el hecho de tener que estar vivos y transitar nuestro diario devenir. En todo caso, lo que puede marcar la diferencia para encontrar un sentido vital o lo que algunos denominan felicidad, descansa sobre la capacidad de transitar lo que por miedo o por mandato familiar o social, no nos atrevemos.
Las situaciones traumáticas podemos entenderlas como efecto de bola de nieve: cada vez que no comunicamos -especialmente lo implicito- el conflicto se anquilosa y crece… incluso hasta amenazar atropellarnos a nosotros mismos y a los que nos rodean.
La mentira, el egoísmo y la falta de culpa, son en nuestro desarrollo, puntos importantes para insertarnos de forma madura en un mundo que percibimos hostil y en el que debemos hacernos un hueco, un lugar, y definir nuestro carácter y personalidad. Contra lo que se suele pensar, estos sentimientos nos preparan y son necesarios para autopreservarnos, sin embargo, tempranamente empezamos a reprimirlos.
Al ir creciendo -en contextos más o menos saludables- éstas respuestas de supervivencia dejan de ser tan necesarias. En ese sentido, la manera resiliente de ser superviviente, es integrar ese mecanismo que nos ayudó en el pasado, sabiendo que fue necesario y que está a disposición; como una espada que permanece en su funda, pero que puede desenvainarse en caso de peligro o necesidad.
Esto ayuda a reducir la necesidad de utilizar la fantasia como forma de evadir la realidad: viviendo y aceptando las cosas como son y no como nos gustaría que fueran. Enriqueciendo nuestro diálogo interno y externo, y propiciando un pasaje desde la culpa hacia la responsabilidad en cada cosa que elegimos.
Esta manera más sana de estar en la vida frente a los otros, como por ejemplo, nuestra pareja o familia, genera cambios en ellos también, haciendo de este proceso un círculo virtuoso.
Los procesos de acompañamiento -entre los cuales la mentoría- trabajan para integrar y transformar nuestras historias, incluidas sus “mentiras”, promover un egoísmo saludable y poder exculparnos de esos mandatos externos e internos, volviendonos más flexibles, adaptativos y direccionados en nuestros deseados propósitos.
Artículo publicado en la columna La Puerta Psicosocial | Diario Primera Edición | Argentina